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JORGE ELIZONDO:
ESCULTURAS COMO INSTANTES
PÉTREOS O METÁLICOS DE
EMOCIÓN Y REFLEXIÓN

CONSUELO SÁIZAR
PRESIDENTA DEL CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES, CONACULTA

Una exposición de Jorge Elizondo en el museo emblemático que es MARCO, en su ciudad natal, algo tiene de inventario parcial, de reconocimiento a su espléndida madurez artística. A la oportunidad de poder mirar en un espacio privilegiado una gran muestra representativa de una obra que contiene el esfuerzo creativo de toda una vida, se suma un homenaje y también un agradecimiento por el regalo imborrable de la belleza, pero también por la reflexión y la emoción que despierta en el espectador. Hoy no podemos concebir Monterrey sin las esculturas de Jorge Elizondo porque estas ya forman parte no solamente del paisaje urbano sino de la identidad de la ciudad.
Estamos ante un virtuoso de la escultura, un maestro de las técnicas y las formas, de la talla directa en piedra, al que el esfuerzo físico extenuante lo impulsa en el goce y la sorpresa de nuevas sensaciones, sonidos, texturas, en su compleja relación con el mármol, el bronce, el acero, los materiales más comunes sobre los que trabaja. Elizondo conoce y practica el arte del dibujo, pero también los límites del desafío a la ley de la gravedad, el cálculo matemático y el boceto digital como otras herramientas primarias. Si sus esculturas sorprenden por su ejecución maestra, por la ingeniería y la arquitectura, también lo hacen porque dicen más allá de la forma: sus piezas son expresiones, instantes pétreos o metálicos de una reflexión y de una emoción. Pareciera que Elizondo busca respuestas a las grandes preguntas que la humanidad se hace una y otra vez a lo largo de todos los tiempos a través de la materia, del dominio de la forma, del trato con materiales durísimos.
Si Elizondo se formó como ingeniero químico y en el arte empezó como pintor, hoy es un escultor que erige nubes y plantea preguntas sobre problemas metafísicos. Artista de múltiples registros, escapa de las etapas y periodos, de las clasificaciones que pretenden encerrar su trabajo. Si bien hay estaciones más o menos definidas, obras que se agrupan bajo el nombre de una serie, nunca agota los recursos y motivos geométricos que lo animan. Basta recordar esos nombres para aproximarse a los intereses y las preocupaciones del artista: Esferas, Bandas, Nudos, Caracoles, Pedacitos de cielo, Frágil, Diálogos, Huellas, Laberintos, Montañas, Mandíbulas, entre otras, son formas generales de clasificar una obra que, en su búsqueda, está en constante movimiento. En su arte, no hay ideas fijas, salvo la búsqueda de una nueva expresión. El de Elizondo es un diálogo de la materia con la palabra, de la presencia con el vacío, de lo real con lo imaginario.
En su realización hay siempre una mirada que no pierde de vista el camino recorrido, las experiencias, los hallazgos artísticos que ha encontrado y cultivado. Esas series conviven entre ellas superando contradicciones y compartiendo certezas, sutilezas que les dan una unidad global más allá del virtuosismo técnico, geométrico o matemático, que definen algunas de las herramientas de su autor, su gusto por la mecánica y la mixtura de materiales en busca de la representación del orden cósmico.
Sus esculturas tienen atributos que solemos reconocer en la arquitectura o en la pintura. Decir que en sus esculturas encontramos luz y sombra, interior o exterior, pleno o vacío, tiene sentido una vez que se ha descubierto la intención y ser de la obra. Sus piezas atrapan la mirada y convencen por su belleza aun antes de que se revele al espectador una figura que reconozca por sus formas. Arquitectura desafiante, ingeniería estética, cálculo poético.
Pretender una definición que represente todos los momentos escultóricos, es decir artísticos de su trayectoria, sería tan aventurado como ignorar esa misma trayectoria, que se reinventa y cambia a medida que nuevas formas de expresión se suman y dan nuevos elementos para volver a mirar las series o piezas conocidas.
Elizondo escapa de las clasificaciones generales y absolutas, y lo hace con contundencia, con el brillo, la luz y las sombras, con el tratamiento de los materiales, con la sutil elegancia de las formas, con el arte que no deja de decir y sugerir que su búsqueda artística es un trabajo intelectual de meditación y maduración antes de que tome forma en la piedra, la madera, el acero, por eso él mismo habla de ese proceso creativo como de «una intensa aventura emocional». Elizondo imagina, piensa, siente: dice y quiere decirnos la verdad de su arte. El resto es la limpieza geométrica y la ejecución impecable de sus esculturas.