EL CANTO ESCULTÓRICO DE JORGE ELIZONDO
POR: DRA. LILY KASSNER
No podemos comprender una obra de arte sin, en cierto grado, repetir y reconstruir el proceso creador que le ha dado vida.
Esta exposición en MARCO de su obra está dividida por temas delimitados, específicos, cuyas creaciones consideramos en la misma secuencia planteada por su autor, quien también ha hecho a la vez con este fin una innegable antología personal de su producción artística.
Esto es, ha elegido, según su particular criterio (y a pesar de que es común opinión suponer arriesgado y difícil el emplazamiento de distancia crítica con la obra propia), aquellas esculturas que considera más valiosas o que simplemente le han gustado más de su aportación estética, de 1984 hasta nuestros días. Considero que felizmente ha llevado a cabo esta tarea con rigurosa y acertada autocrítica, si nos atenemos a los plausibles resultados.
Ideas, formas primero imaginadas, luego bocetadas con el dibujo de las mismas y finalmente concretizadas mediante múltiples técnicas en tercera dimensión, cuya realización ha devenido en una serie de piezas que tienen el común denominador de una parecida búsqueda en el espacio, de una concepción, aunque diversa, semejante, si bien nunca reiterada ni plagiada, sino únicamente proveniente de una misma fuente de inspiración, de una misma idea fija u obsesión formal, levemente cambiante en cada paso de su progresivo desarrollo, recodos creativos en un mismo y diferente camino, presentes a cada tramo, como un río de meandros zigzagueantes, que plantean etapas en su transcurrir, variantes que superan, en las versiones sucesivas, el hallazgo primigenio.
BANDAS Y NUDOS
Ingeniero él mismo, Jorge Elizondo, según todas las referencias al respecto, basó la investigación conceptual y formal de estas series, sobre todo la primera, Bandas, cuyo nombre tiene como sinónimos faja o tira, específicamente en la conspicua cinta de Moebius, o en el campo de la ingeniería genética, señaladamente en las cadenas espirales del ácido desoxirribonucleico o ADN, donde según los científicos se encuentra tanto en la memoria de nuestra herencia biológica como en las posibilidades de nuestro desarrollo vital y asimismo los sustentos o prefiguraciones de las enfermedades que nos llevarán a la muerte. Sobre todo la escultura denominada BandaCaracol, en su espiral presencia, corroboraría nuestro dicho.
Lisas, brillantes, pulidas o texturizadas con exquisito terminado, la flexibilidad, torsión o movimiento a que somete sus poderosas y a la vez virtualmente flexibles bandas, realizadas en una piedra de dureza casi impenetrable, si las hay, nativa de la región norteña de su tierra natal, el mármol negro, de singular y oscura belleza, son subyugantes por la gracia telúrica de su movimiento serpentino, de su avasallante dinamismo, que impele al espectador a seguirlas con la mirada en sus sinuosos desplazamientos.
Los Nudos, por su parte, donde las bandas se enredan, aprietan y se estrechan, en su presentación nos recuerda la solución que Alejandro El Magno dio al famoso nudo gordiano (el cual según la leyenda quien lo deshiciera conquistaría Asia): ante la imposibilidad de desatarlo, lo destrozó expeditamente con un golpe de su espada.
Estas piezas contundentes son en su mayoría una especie de esferas truncas, si bien hay alguna de casi rectangular formato, en las cuales aparece la parte cimera mutilada con tal precisión, simetría y tino, que se podrían comparar —siniestro e inevitable parangón, desde luego—, con cuellos cortados mediante la implacable efectividad de la guillotina.
CARACOLES
«El corazón tiene la forma del caracol», escribió el poeta Rubén Darío. Este muy peculiar ser, por sus atributos de guardar vida dentro de sí y vivir en el agua, elemento genésico por antonomasia, ha sido objeto simbólico en el arte desde tiempos ancestrales.
La peculiar conformación espiral de su caparazón en esta sección se manifiesta de variadas maneras, ya en esgrafiados o bajorrelieves sobre la superficie de las esculturas, así como en diversa traza y formatos diferentes, siendo su materia prima, como en la anterior división temática referida de la muestra, el mármol negro, así como la misma técnica de su elaboración en talla directa.
Huecos y promontorios, la curva y la recta, la ondulación y la escuadra, entre otras formas contradictorias y antitéticas, encuentran aquí, como en toda la obra elizondiana, equilibrio y armonía, gracias al canto de sus manos, metáfora que da nombre a esta exposición y que necesariamente involucra a la poesía como elemento indispensable en su creación. Es decir, en su labor la celebración y el gozo tanto en la poesía, como por la elevación del canto, están necesariamente presentes.
COMPOSICIONES
Es quizá en esta parte o sección de la presente exposición donde encontramos la intención más evidentemente abstraccionista de la muestra. Aquí por cierto de forma coherente y homogénea, pues en otras series hayamos junto a esta tendencia, plenamente identificada, piezas que presentan en su corpus algunas formas naturalistas, que no por ello manifiestan un notable hibridismo, hay que decirlo, pues figurativismo y abstracción resultan en sus creaciones casi siempre un maridaje bien avenido.
Corriente de varia expresión plástica, aunque muy de moda contemporáneamente (desde fines de la primera década del siglo XX), el abstraccionismo, también llamado arte no figurativo, informal, no objetivo, concreto, no representativo, etc., ya se encontraba en las formas geométricas del neolítico (como preconizara la Escuela de Altamira).
En cuanto a su más reciente expresión, hace ya casi un siglo que Guillaume Apollinaire, en París definía «el arte puro, el arte de pintar conjuntos nuevos con elementos no tomados de la realidad visual sino enteramente creados por el artista y dotados de una poderosa realidad».
Habiéndose iniciado en la pintura, el abstraccionismo constituye una arrolladora tendencia estética de socorrida frecuentación por los creadores tridimensionales, a partir de principios del siglo pasado. Uno de los más importantes escultores de esta corriente, el inglés Henry Moore, escribió al respecto una interesante opinión (que bien podría servir para validar la búsqueda estética del regiomontano):
«Porque una obra no requiere reproducir las apariencias naturales, no es, por ello, una evasión de la vida. Es acaso, por el contrario, una penetración de la realidad y no un sedativo o un narcótico, ni un ejercicio de buen gusto, que provee formas y colores que plazcan, en una combinación atrayente, ni una decoración para la vida, sino una expresión de la significación de la vida, un estimulante para vivir más enérgicamente».
En esta sección Jorge Elizondo conjunta y une piedras de la cantera neoleonesa y de otras latitudes, mármol Botticino y negro, a las que labra tradicionalmente mediante la talla directa, con metal, en este caso únicamente placa de hierro, ya sea que este último se utilice como solio y soporte entreverado al elemento natural, o esté integrado en el corpus mismo de la obra, mediante muy lograda soldadura.
DIÁLOGOS
Por su cúbica proporción, que expresa el carácter esencial de formas mediante una reducción hacia su extrema simplicidad, la cual se reitera en las dos extraordinarias piezas de esta sección, además de la cualidad de binomio que las conforma, inevitablemente nos remite a un famoso antecedente, la escultura en piedra titulada El beso, de uno de los más grandes maestros de la escultura de los tiempos modernos, el rumano Constantin Brancusi, que representa a dos rostros unidos y enfrentados en un ósculo eterno, interminable.
Aquí también se enfrentan coincidentemente dos cabezas unidas por bocas amatorias, en un mismo bloque dividido en dos partes. Pero en la obra de Jorge Elizondo ambas mitades difieren en ciertos aspectos más radicalmente que en la creación del rumano. Su diálogo formal se lleva a cabo enfatizando sus diferencias. Así, por ejemplo, a un bloque cerrado se enfrenta otro de semejante proporción en que los vacíos ocupan la mayoría de su efigie tridimensional.
Es notable en éste, uno de ellos (Sin título, como se llama el anterior) la minuciosa capacidad para la talla directa que proyecta su creador al presentar una de estas mitades con vacuidades donde el escultor plasmó, mediante una labor que conlleva un alto grado de dificultad, horadaciones que la traspasan, así como varias formas tentaculares o una especie de vírgulas invertidas. Asimismo, son notables por su variedad los relieves que ornan la superficie de los lados de ambas piezas.
ESFERAS
Es significativa la fascinación que ha ejercido en el pensamiento de la humanidad, desde el principio de los tiempos históricos, la figura geométrica de la esfera, cuya socorrida forma ocupa reiterada predilección en este segmento de la obra elizondiana.
Seis siglos antes de la era cristiana, Jenofontes de Colofón, contrario a la multiplicidad de dioses antropomorfos en boga, proponía a los poetas la alternativa monoteísta de cantar a un solo dios cuya conformación, según el rapsoda, era la de una esfera eterna.
Platón, en el Timeo, justifica, sin referirse a ella escuetamente, de alguna forma esta proposición teológica del cantante y tañedor de lira, pues para el filósofo la esfera es la figura más perfecta y más uniforme, porque todos los puntos de la superficie equidistan del centro.
Si seguimos, a través de la historia universal, a esta metáfora geométrica de la efigie divina, podríamos concluir con una cita estremecedora de Pascal, en que la naturaleza (otra manera de conceptuar a Dios, según el panteísmo) ha remplazado a la innombrable divinidad:
«La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna».
Las Esferas elizondianas, tallas directas en mármol negro, cuyas superficies alternan elaboradas texturas y pulimentos brillantes, a pesar de las socavaciones y recortes que el autor realiza para obtener vacíos en su estructura, conservan la curvatura esencial de su forma o, como dice el crítico de arte hace años radicado en Monterrey, Xavier Moyssén, en estas creaciones, «su comunidad está dada por los espacios negativos que mantienen la integridad gestáltica del objeto».
FRÁGIL
Salvo alguno de traza horizontal, la verticalidad preside una serie de modelos en hule, de oscuro color, con bases en metal y madera, en que excepto algunas formas de alado diseño, la torsión y la disposición en pliegues dan a estas piezas un ritmo cinético, erótico y dinámico, que el autor incluye en la serie cuya denominación titula este apartado y lo ha considerado parte del apoyo museográfico.
De variado formato, aunque alguna cuenta con una mayor escala, Frágil abarca otro amplio conjunto de piezas que, bajo la misma denominación general, integra una nutrida y disímil sección, la cual posee también muy diversa intención artística: en ella encontramos asimismo la misma voluntad envolvente y plegable de muchos de sus modelos en hule, como en Sin título, 2004 (74 x 28 x 22 cm).
De igual o parecida forma, en Visitante V, de corpulencia y altura considerable (210 cm), la capa de la superficie rodea y se pliega mórbidamente con delectación al erguido tronco central de la escultura.
Se hallan también, bajo este mismo rubro, varias de las fascinantes, aunque poco numerosas, formas mujeriles que contiene La voz de mis manos. Su radiante erotismo es peculiar. En ellas la tonicidad y turgencia carnales, que imprime su autor en el sobresaliente desvastado a la talla directa y en el deslizante pulido final, establecen un logro estético de primer orden; si no sentirlas, pues no las tocamos, podemos percibir la blandura consistente y sedosa de la piel, como en la geométrica y levemente ondulada Fantasía femenina.
Esto es más evidente, sobre todo si consideramos la inclusión de cierto cruento aunque tenue sadismo, como en Sacrificio de la guerrera, pieza traspasada por pinchos o saetas, de estremecedor efecto, que penetran la piel colgante de ganchos carniceros. Sin embargo, en esta vertiente que presenta pocas aunque notables variaciones, es considerable el alto impacto emocional que presenta en el espectador.
También encontramos aquí una parte dedicada a representaciones tridimensionales de ángeles, algunos en formato monumental, de múltiple apariencia, vestuario y actitud; investidos de ropajes heterodoxos, poco habituales en la iconografía del caso, como uno, Ángel XIII, cubierto por un hábito frailesco, cuya mueca facial nos lleva, por la desmesura y exceso sensible de su manifestación, a calificarla de expresionista.
A esos rutilantes seres alados, que se supone nos guardan del peligro y son nuestra «dulce compañía» el poeta Rainer María Rilke, en la primera de Las Elegías del Duino, los apostrofaba como terribles:
Si algún ángel me apretara contra su corazón, me suprimiría su existencia más fuerte. Pues la belleza no es sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que solo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Otras piezas (todas Sin título) de esta misma serie, en diversos mármoles y acero inoxidable, tienen una original expresión tridimensional, donde el erotismo se manifiesta en un particular abstraccionismo orgánico, en que la fluencia del agua se desplaza por canales que desembocan en pliegues que, gracias a su cuidadosa factura, casi podríamos llamar anatómicos, los cuales guardan notables similitudes formales con los trazos, que representan femeninas conformaciones, de la colección de dibujos exhibidos en otra sección de esta exposición.
Es de especial mención una estupenda Cabeza de caballo, en bronce al silicio, no únicamente por su extraña y fascinante volumetría, sino gracias también a su notable conformación de pliegues que se superponen en una proposición tridimensional que, sin dejar a un lado la pertinencia de la efigie equina, tampoco renuncia a la tendencia abstracta que le da su más señalada caracterización.
Los materiales en que Jorge Elizondo ha realizado las esculturas de esta sección, son tan heterogéneos como sus variadas y a veces sorprendentes combinaciones: Mármol Negro, Mármol Blanco Bego, Mármol de Carrara, Mármol Travertino, hierro, acero inoxidable, soldadura, etc.
HUELLAS
La impronta que deja el rostro del individuo en su transcurrir por la vida, parecería ser el motivo principal de esta serie, en que el escultor funde conformaciones faciales en bronce, que integra en una suerte de monolitos realizados en diversas piedras a la talla directa, imponiendo pigmentaciones diferentes y elaboradas texturas en sus superficies. Con características propias, Huellas es, en su intención profunda, paralela y similar a lo que el autor concibe en la instalación que ha puesto en el MARCO, en esta misma muestra.
LABERINTOS
Si el asombro, ante las múltiples cosas y hechos del universo físico y del ámbito humano, provoca una respuesta entusiasta y anhelo imperecedero en el corazón del hombre, es también uno de los más poderosos motivos que la obra de Jorge Elizondo ha ostentado desde hace años en su búsqueda formal y temática.
Esta opinión viene a cuento por la insaciable inclinación que el escultor neoleonés presenta, a lo largo de su carrera, hacia las complejas y complicadas edificaciones, título de esta sección, que caracterizan a los laberintos, los cuales, se dice, han surgido a partir de la dificultad presentada por las incontables bifurcaciones de los túneles en las minas, las cuales entorpecen la orientación de los trabajadores subterráneos, quienes extraen mediante fatigosa labor el material precioso o combustible de las entrañas de la tierra.
Siguiendo a Jorge Luis Borges,1 experto si los hay en la simbología y conocimiento de estas peculiares construcciones, que podemos encontrar en argumentos y anécdotas de buena parte de la literatura del argentino, por cierto amigo del regiomontano Alfonso Reyes, anotemos al respecto:
El laberinto es el símbolo de estar perplejo o asombrado, así como de estar perdido en la carrera de la existencia. El atractivo del laberinto consiste en que si bien es cierto que nos parece raro que un edificio haya sido construido con el único fin de perder a quienes en él se aventuren, entre la intricada trama de sus pasadizos, no deja de ser también extravagante la existencia de un constructor de laberintos, de un Dédalo, dedicado a tales trabajos que sin duda exigen una especial inteligencia y maestría.
La idea del laberinto, como símbolo del hecho de estar perdido, no es una simple evasión mental, puesto que en esta concepción existe también una especie de esperanza. Porque si nos diéramos cuenta de que este mundo es laberíntico, nos sentiríamos seguros, porque es posible que tenga un centro, aunque en ese centro esté el Minotauro. En cambio, no sabemos si el universo tenga un centro y, por lo mismo, quizá no sea un laberinto, sino un simple caos, y en ese caos estamos irremediablemente perdidos.
Ahora que, si bien es cierto que estos laberintos nos implican temor, no es por ello desechable la tremenda veta de esperanza que nos otorgan, puesto que nos motivan a la búsqueda del centro, porque si hay un plano, también hay un arquitecto.
En fin, los Laberintos elizondianos, casi todos de monumental formato, ejercen en su contemplación una extraña fascinación y nos subyugan no nada más por su intrínseco significado, sino también por la exquisita realización de su factura metálica, instrumentada mediante tecnología de punta, según informan las fichas técnicas de las piezas expuestas (basten de muestra tres de ellas): Cometa 5. Corte con laser, forja en frío, soldadura en acero inoxidable; Sol poniente. Corte plasma, forja en frío en acero.
En esta sección, que también está integrada por unas columnas pigmentadas de inspiración tolteca o especie de Atlantes, en acero soldado. Como en ninguna otra parte de la obra de Jorge Elizondo, la tendencia geométrica o geometrismo hace gala de precisión en las agudas aristas de la configuración de toda esta colección metálica.
LAS MONTAÑAS
Consiste la presente división temática de La voz de mis manos, contrariamente a lo que podría suponerse, en cuanto a la horizontalidad de los naturales modelos geológicos, estas Montañas se representan esculturalmente como verticales y robustas conformaciones altamente texturizadas. Corresponden a una primordial belleza lítica, acordes con su materia prima. Erguidas torres o cariátides poderosas que sostienen, como las montañas naturales, no otra cosa sino al cielo mismo.
PEDACITOS DE CIELO
Mapas siderales de quizá ilocalizables zonas, fragmentos pormenorizados del infinito, visiones acotadas del cosmos plasmadas «de bulto», como decían de la escultura los clásicos, búsquedas acaso de lo que Borges llamaba el centro del universo o el centro del laberinto, estos (en diminutivo cariñoso) Pedacitos de cielo, son representados tridimensionalmente por medio de Estelas, ya sea modeladas y luego fundidas en bronce, o esculpidas a golpe de cincel mediante la talla directa, sobre mármoles de tan diversa consistencia como el de Carrara, el alabastro o Alejandra, en los cuales nos sorprende su gran capacidad para labrar diversos niveles en alto y bajo relieve, añadiendo huecos o vacíos que se integran a un todo armónico.
MANDÍBULAS
Enfrentadas, las mandíbulas son necesariamente agresivas: su función es aplastar, triturar, macerar. Antes de producir la mordida son, sin embargo, previo al embonar inminente, de una violenta belleza perfecta en su acción aplastante, inmisericorde.
Se trata de un enfrentamiento de dos piezas, idénticas y, sin embargo, diferentes, como ocurre también en otras obras de la misma tesitura, como en la serie denominada Guardianes, donde dos colosos, sin importar su tamaño ni escala, pues ambos conllevan intrínseca monumentalidad, lado a lado se yerguen ocupando un mismo sitio, donde el vacío forma parte únicamente de su entorno sino de su propia sustancia escultórica y espacial, que el autor les ha otorgado con la vasta sabiduría de su sensibilidad y experiencia.
DIBUJOS
No hay buen escultor si no hay en el mismo artista un buen dibujante. Sin haber en esta muestra testimonio de los bocetos previos a la escultura, el artista nos ha querido entregar una nada parva colección de obras maestras en su género. Y, en ella, la atracción que ha ejercido en su fina sensibilidad ese mórbido erotismo que dimana del ámbito femenino, al representar con trazos magistrales íntimos rincones corporales, objetos del deseo, que luce y goza la mujer.
INSTALACIÓN
La instalación Nosotros, incluye rostros de personas del público que se sitúan en medio de dos bandas curvas que de alguna forma las envuelven, donde los concurrentes cuelgan la impresión de su rostro en barro u otro material, realizado en los talleres del MARCO. Es una forma de interacción que permite a los asistentes ser parte de la exposición, a la que se integran al dejar en su ámbito la huella de su rostro, que no es sino lo que los distingue y les da identidad y, que por propia elección adquieren ese título de virtual pertenencia. Este procedimiento desde hace años lo ha llevado a cabo el autor con sus amigos en su taller. Ahora lo extiende para los espectadores que quieran involucrarse más íntimamente en esta exposición.
Conclusión
Esta es una exposición axial en la carrera de Jorge Elizondo. En la madurez de su vida, con la sabiduría acumulada en el transcurso de su carrera, dueño del conocimiento y dominio de las técnicas y procedimientos de su oficio y, asimismo, de un universo temático cuya riqueza se ha incrementado gracias a su constancia en el trabajo cotidiano, es el producto acumulado que se sustenta ahora en el afán de compartir con los suyos, con la comunidad en la que surgió y la que entrega lo mejor de lo propio, que no de otra manera se puede interpretar la instalación Nosotros. Sin lugar a dudas, esta exposición, La voz de mis manos, significa el fundamento de una victoria perdurable.
1
Sintetizado de Waldemar Verdugo-Fuentes, En voz de Borges, Editorial Offset, México, 1986, pags. 130,131 y 132.